viernes, 6 de mayo de 2011

Todo está iluminado


Todo está iluminado (Liev Schreiber, 2005) es la adaptación, cuanto menos curiosa, de la novela autobiográfica homónima de Jonathan Safran Foer. La película nos cuenta la historia de Foer de forma que, sin quitarle la enorme carga drámatica, se convierte en una pieza humorística de lo más convincente.

Jonathan Foer, interpretado por un Elijah Wood en estado de gracia oculto tras unas enormes gafas, es un ciudadano norteamericano judío que viaja a Ucrania buscando a la mujer que ayudó a su abuelo a escapar de los nazis en ese país. Allí será acompañado por dos miembros de una familia que se dedica a guiar por el país a los extranjeros que acuden buscando respuestas sobre sus antepasados judíos.

Lo primero que llama la atención, al comenzar la película, y que sugiere por dónde irán los tiros a lo largo del metraje, es la "simpática" presentación de los personajes protagonistas. Jonathan es presentado como poco menos que el estereotipo de judío hollywoodiense: obsesionado con el coleccionismo de objetos relacionados con su familia, aprensivo y con aire apocado y desconcertado. Después tenemos a Alex, interpretado por el para mí hasta ahora desconocido Eugene Hutz, y que se trata del personaje más carismático de la producción: residente en Odessa (Ucrania), es un joven que no se conforma con sus raíces y tiene como ideal la vida de EE.UU. que ve en los medios de comunicación, amante del hip hop y de los negros (sic), será el que ejerza de intérprete entre Jonathan y los nativos. Y por último está el no menos pintoresco abuelo de Alex (Boris Leskin), un anciano malhumorado, empeñado en fingir que es ciego, aunque ejerza de chófer de la expedición, y siempre acompañado por su fiel "perra guía" llamada Sammy Davis Junior-Junior.

Desde el primer momento podemos intuir cuál va a ser el principal sustento de la carga humorística que impregna todo el film: las diferencias culturales y las confusiones que éstas provocan. Así, Todo está iluminado recuerda a otras películas como Borat, en que se nos muestra a las gentes de las antiguas repúblicas soviéticas con un atraso cultural importante respecto a sus colegas norteamericanos, si bien este caso difiere del mencionado en que se trata de un país de la Europa del Este y no asiático, y el sentido del humor utilizado es mucho menos bestia. Pero la mayoría de chistes y gags tendrán su fundamento en lo paletos que son los ucranianos (al menos como nos los presenta el film).

El otro eje sobre el que gira la película es el componente dramático previsible en cualquier película que aborde el tema del holocausto, pero no por ello menos doloroso y emotivo. También se diserta sobre la identidad personal y la memoria, y las relaciones familiares. A todo lo anterior hay que añadirle una fotografía que mezcla el preciosismo de los paisajes naturales con la desolación de algunos entornos edificados y una banda sonora sencillamente fantástica, y podemos afirmar que nos encontramos ante una road movie emocionante y bonita como ella sola a la vez que divertida y entretenida.